Ricardo Jaimes Freyre
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Amor de otoño - Ricardo Jaimes Freyre
¡Un sol de otoño, señora mía
Un sol de otoño que envidiaría
la primavera del Mediodía.
También los valles visten de fiesta
cuando sus rayos doran la cresta
de la cercana colina enhiesta;
cuando se esparcen por la campiña,
sobre las ramas en donde apiña
su ardiente fruto la fresca viña;
cuando en las frondas el viento ruge,
gime y jadea, y al rudo empuje
la frágil rama vacila y cruje.
A nuestras plantas, que van inciertas
y al azar cruzan calles desiertas,
se precipitan las hojas muertas.
Pasó la suave melancolía
de la mañana. ¡Ved qué alegría
flota en el aire, señora mía!
¡Naturaleza tres veces santa
¡Himno de fuego que el sol levanta
y amor que en todas las cosas canta:
Amor... ¿Oísteis...? Amor. ¿Acaso
no véis cómo arde todo a su paso?
Amor de otoño que huye el ocaso.
Dejad, señora, que un breve instante
pose mis labios, como un amante,
en el extremo de vuestro guante.
Como un amante que ve de hinojos
la maravilla de vuestros ojos,
de vuestros labios frescos y rojos;
como un amante que fuera un niño
que pide, en premio de su cariño,
la flor que adorna vuestro corpiño.
¡Si me la diérais...! ¡Quién sabe...! Un día
tal vez formase la gloria mía,
pues como un niño la guardaría.
¿Dudáis? No en vano mi labio jura,
júroos, señora, que mi ventura
fue una caricia fugaz y pura.
Tan fugaz, tanto, que no soy dueño
de su memoria, y es grave empeño
saber si todo no ha sido un sueño.
Y nada, acaso, más hondamente
que ese recuerdo turba mi mente,
hiere mis ojos, nubla mi frente...
(Ved ese palio de enredaderas:
sus blancas flores son las postreras
y en ellas viven las primaveras;
bajo sus hojas el sol no brilla;
ofrece un tronco rústica silla.
Cerrad, si os place, vuestra sombrilla.)
Caricia..., sueño... La historia es breve...
Mas, ¡quien a hablaros de amor se atreve
si en él es fuego y en vos es nieve!
Frío de nieve pasa por esos
labios inmóviles, nido de besos
por repentinos desdenes presos...
Jamás, señora, la ley se infringe;
pasión, desvíos o celos finge,
pero su enigma guarda la Esfinge.
Y hasta hoy la clave no he descubierto,
y ya mi barca se acerca al puerto...
las playas solas... el mar desierto...
¡Mirad! de pronto se nubla el día;
pasa una densa nube sombría
que oculta el cielo, señora mía.
Naturaleza viste de duelo...
tomad mi brazo; bajad el velo...
será otra nube sobre mi cielo...