Susana Villalba
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El caso Ruth - Susana Villalba
La piedra es,
una mujer mata,
por instinto
busca el reverso de la piedra
donde se esconde un animal.
Sólo quería que dé la cara,
dice sin resistir.
No había remedio,
me dolía él.
Cuando al fin lo encontró
sacó de su cartera la Smith and Wesson
y vació el cargador.
Se gana, se pierde
pero negocios son negocios.
¿El dinero? está o no,
como las piedras, en el camino.
Ahora soy yo
la que mata.
Ahora moriré de un acto
real,
es la ley del amor querer perder
la cabeza,
que él abandone el cuerpo
entre mis brazos.
¿El arma? qué sé yo,
las cosas aparecen.
Me enceguecí,
ya no quería verme.
Nos amamos,
después yo disparaba,
es algo contundente.
Antes que nada
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leíste las noticias policiales,
tomaste café.
Sí, estás despierta,
ese dolor que sos ahora
es el mundo,
la orilla del sueño aún golpea,
agua aceitosa contra un casco.
Algo que deje de moverse,
por favor.
Pero un disparo
en la piedra podría revelar
que nada es tan sencillo,
todo tiene un momento
que nunca cristaliza.
Un corazón.
Estás despierta, todo gira,
no sabés si es el día
siguiente
y faltaste al trabajo
o es domingo.
Sí, fuiste a esa casa,
tomaron un taxi
que se perdió en la niebla,
hubo choques en cadena, dice el diario,
así es que la niebla fue real.
De bar en bar
alguien dijo hay una fiesta
en algún sitio.
Y nunca es ésta.
Llegaron a esa casa o pretensión
de teatro under,
fiesta de primavera.
Un travesti
o lo que un hombre dice
que es una mujer
te hizo sentir ambigua
en tus vaqueros.
Hizo un sketch,
ya se sabe, un sketch.
Princesa, sultán, odalisca,
nadie bailaba, hacía frío,
rodaron latas de cerveza.
Los travesti eran encantadores
de serpientes
sin serpientes,
vos también.
Mariposas deslumbradas por la fiesta
que iluminaban.
Encontraste a tus amigos en el baño,
habían capturado una botella
pero mejor era volver
al bar.
Un lugar donde caer
sin caer.
Ahora entendés el viejo chiste
de decir al taxista: a casa
por favor.
Ahora el sentido
toma su sentido:
el deseo brilla
por su ausencia.
La noche fue un largo, repetido
nunca más.
Encontraste un murciélago
como si todo lo perdido
por perdido en esa casa
hubiera rezumado su animal.
Se movía si topaba
con el límite.
La propia imagen
de todos los errores,
el terror al fin
tenía una cara
mítica.
Encendiste la luz
y chocó con la pared;
no la piedad, la ley
de semejanza,
la culpa del demonio
se mata con culpa
verdadera.
Golpeaste
una y otra vez,
sonaba a cuerpo contra piedra,
se quebraba, arrastraba el aleteo,
al fin era un insecto
grande
o una muñeca rota.
Entonces cortaste la cabeza,
las membranas,
clavaste una estaca en el corazón
y abriste para ver
que se movía.
Las manos pegajosas,
el piso de un humor
que no era sangre
lo cubriste con diarios,
esa noticia de la mujer
que guardó a su amante
en el freezer.
No podías tirarlo a la basura,
quemaste el cuerpo
y la cabeza juntos
para mirar como algo termina alguna vez
sin dejar restos.
Después dormiste todo el día.
Y ahora alguien dice, en el contestador,
¿venís al club de cine?
por lo tanto es el domingo
lo que perdiste
o la idea del día
y de la noche
o no sabés qué querías
perder.
Aunque el cuerpo no olvida
no encontrás el argumento.
Si entrara ese forense capaz
de encontrar babas y uñas
y huesos calcinados,
demonios, que me cuelguen
pero no me pregunten
por qué.