Gonzalo Escudero
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Exodo - Gonzalo Escudero
¡Huir!
Con las alas tendidas.
Con la desgarradura en el costado.
Con la escarcha en los ojos.
¡Huir!
Hacia los vórtices.
Hacia los remolinos de astros.
Hacia las vorágines de tiniebla.
Hacia la luz que prende la luz.
Hacia las espirales del trueno.
Hacia la fotósfera de Dios.
Hacia nosotros mismos.
Ciudad, mía te dejo.
Con los brazaletes de luz en tus torres ebrias,
en donde se vuelcan tus campanas,
mujeres de bronce en la pascua de los espasmos,
y se disparan las golondrinas
que picotean a los luceros sonámbulos.
Ciudad mía crucificada
con los clavos de tus portones
y los ojos de tus mujeres,
se mía en este amanecer unánime
con los senos radiantes de tus cúpulas
y las caderas de tus guitarras.
El bermellón de tus chambergos de teja.
es la piel de la raza.
Ciudad mía, te dejo en tu éxtasis de piedra
y en tu llanto sin llanto.
Calles jadeantes,
cintas métricas de la angustia
en el titilimundi del sueño.
Plazas borrachas
con el vino blanco de una orgía de sol.
Ciudad mía.
Jinete en la montaña encabritada
que hurgas con los talones de tus murallas
el vientre de la tierra.
Habla
y di la palabra del trueno
en el páramo de oro.
Yo he de buscarte en la distancia de mi distancia
y he de encontrarte en el estanque de sus ojos,
con tu garúa que no se oye...
Soy una ascua de tu inmortalidad,
porque encendiéndote me enciendo
en la resina de tus maderas blancas
y de tus carnes trigueñas.
Se mía, más mía aún
para encontrarte en mí mismo.
Haz tu diluvio sobre mí.
No quiero oírme y lloro.
Mi última banderola es el pañuelo
de alas como pentecosteses.
Banderola en el mástil de mis manos
que te acarician y la acariciaron...
Soy la ballesta de la madrugada.
No quiero hablar y me oigo.
No quiero oírme y lloro.